Hoy es Luna Llena

De las Fernández al Marsella.

La belleza oculta.

Pero buscar la belleza se puede hacer preparando un viaje, como el que organice para unos cuantos amigos de la localidad donde vivo que conforman mi familia del día a día. 

Fue un viaje especial porque, de una manera casual, les hice recorrer unas partes de Barcelona que aprecio y conozco. 

La belleza a veces se esconde en los lugares más escondidos y esta fue uno de los objetivos de la primera noche. 

Nos adentramos en las calles truculentas del rabal, para ir a un restaurante que me da un especial buen rollo. 

En este mudo tan estilizado y global, donde todo esta hiperdiseñado y te encuentras las mismas solucione de diseño enlatado en todos los bares o restaurantes que abren, ir al restaurante las Fernández es entrar en un lugar con alma.

Un alma propia que crearon tres hermanas de Ponferrada hace ya 25 años. Diversión, descaro, atrevimiento, cierto espíritu canalla con mucho color define el restaurante de las tres hermanas .

La belleza se encuentra en lo auténtico de las cosas y las personas.

Cuando nos referimos a gastronomía ser auténticos es cocinar con mucho cariño productos que te son propios a tu manera.

Eso es lo que disfrutamos todo el grupo, además de disfrutar del ambiente almodovariano del local donde el color rojo unifica todos los elementos, fotos y carteles que le dan una personalidad muy propia al local.

Abandonamos el restaurante y callejeamos por las calles poco iluminadas del barrio que desprende la atmósfera típica de los libros de Carlos Ruiz Zafón, una Barcelona preolímpica que no entiende de estilismos donde se mezclan culturas y personas de toda condición, y que la mayoría acaban en el Marsella. 

Un bar que no ha cerrado sus puertas desde 1820 y te traslada al ambiente parisino de otra época, donde la absenta era la bebida de moda para buscar la inspiración.

Y así lo hicieron, Dalí, Picasso o Hemingway que no perdían ocasión para ir a inspirarse al Marsella. 

Han pasado doscientos años y el Marsella está igual.,

Paredes desconchadas, un techo que parece que se vaya a derrumbar en cualquier momento presidido por una lámpara de araña.

Una barra rebosante de alcohol y polvo, por todas partes. 

De hecho, las lenguas más viperinas dicen que no se ha limpiado desde su inauguración. 

Nos llaman la atención los carteles “prohibido cantar” y “prohibido estacionarse en las mesas”. 

Se colgaron para evitar las reuniones clandestinas durante el Franquismo, ya que se sospechaba que era un hervidero de intelectuales y artistas en contra del régimen. Ahí se han quedado.

Nos sentamos en una de las pequeñas mesas de mármol rodeados de gente y reflejos en los espejos del restaurante. 

No dudamos en iniciar el ritual de beber absenta. 

Copa con el licor, cucharilla con tarrón de azúcar y una jarra de agua para ir diluyendo el azúcar. 

Dio para un sorbo por persona, y con ello ya consideramos cumplido el ritual.

La noche transcurrió por el barrio y los locales de la zona para acabar en otro bar emblemático, el London .

Este bar ya ha sucumbido a la excesiva marketización del local, con cameros de alto copete y precios para turistas. 

La verdadera belleza la podemos encontrar en los restaurantes de la alta Barcelona, como en los del degradado barrio del Rabal. La verdadera belleza no depende en el presupuesto, reside en la autenticidad.